Del 14 de octubre de 2016 hasta el 9 de enero de 2017
Esta exposición, que se podrá ver a partir del 14 de octubre en Madrid, plantea un recorrido por obras que parten de la naturaleza, ya sea mediante formas orgánicas o construidas con elementos naturales, para reflexionar sobre el color y la forma a través de la plasticidad que reside en nuestro ecosistema.
El curso natural de las cosas es una exposición colectiva comisariada por Tania Pardo que reflexiona sobre los gestos más sencillos y contemplativos de la creación partiendo del texto escrito por Yvon Taillandier Miró: Yo trabajo como un hortelano, publicado por vez primera en España en 1983 en la revista Los cuadernos del Norte. En él, el artista español reincide en la sencillez con la que aborda su obra al compararse con un agricultor.
Algunos de los artistas que forman esta muestra –Adolfo Schlosser, herman de vries, Fernando García o Fernando Buenache– han sabido ver en las formas de la naturaleza cualidades estructurales para componer y construir unas obras de sutil belleza. Otros han encontrado en las formas orgánicas un culto hacia la regresión –Matthew Ronay y Polly Apfelbaum–. En otros casos, la abstracción geométrica ha constituido la simetría, la progresión, el equilibrio y la secuencia al contemplar con mirada analítica los fenómenos más inmediatos de una experiencia vital con el medio físico –Daniel Steegmann Mangrané, Irene Grau, Federico Guzmán o Francis Alÿs–. También está presente en la muestra la artesanía ligada a la plasticidad a través de la cerámica de Milena Muzquiz, Elena Aiztkoa y Betty Woodman así como la combinación de elementos orgánicos con los que no los son en los trabajos de Karin Ruggaber. Por último, encontramos una reflexión sobre la capacidad de contemplación mediante el paisaje en la obra de Nicolás Paris.
En cualquier caso, el conjunto de estos trabajos no son una reinterpretación del Land Art y tampoco una exposición de arte y naturaleza, sino una mezcla de todo eso, entendido como un catálogo de gestos sencillos vinculados directamente a la creación artística y a la construcción de un relato de formas. Bajo una rotundidad expresiva concebida desde diferentes planteamientos, hay en todas estas obras algo de alegría estética, de gesto épico y de inocencia infantil que remite a disciplinas tradicionales y a cierto primitivismo que las enmarca en un espacio absoluto de libertad atemporal. Pero también, sobre lo más instintivo y primigenio relacionado con la propia creación ya que, a lo largo de la historia, el hombre ha tomado elementos de la naturaleza –tierra, agua, aire o fuego– para conformar no solo su cotidianidad, sino también aquello a lo que dotó de un carácter mágico, espiritual o artístico. Para algunos creadores este aspecto ancestral, emparentado con culturas primitivas, no es en modo alguno accidental, sino una aproximación consciente e intencionada al observar en ellas modelos de comportamientos tanto humanos como estéticos, cargados de cierto simbolismo emparentado con la antropología.
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